jueves, 20 de noviembre de 2008

El buen morir, la última lección de Randy Pausch


En algunas universidades de Estados Unidos hay una tradición por la que los profesores recitan lo que se llama “la última lección“. Esto es, una clase en la que los conferenciantes dejan constancia de sus enseñanzas más importantes, como si fueran las últimas clases de sus vidas. Sin embargo, el caso de Randy Pausch fue literal, porque acudió a impartir esta clase después de que un médico le diagnosticara un cáncer terminal de páncreas, cuya esperanza de vida era de tres a seis meses. En septiembre de 2007, ante un auditorio abarrotado de 400 personas en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh, en Estados Unidos, el profesor, recién fallecido (el 25 de julio), dio una charla repleta de optimismo y muy vitalista, en la que, en vez de hablar sobre su enfermedad, el profesor trató sobre sus sueños de infancia.

Hay quien dice que el ser humano es el único animal que puede llegar a tener constancia de su propia muerte, la única especie capaz de adivinar su propia fecha de caducidad. El caso de Pausch es elocuente. Para mi y contra lo que él mismo considera, toda una lección de espiritualidad liberada de atamientos institucionales y lleno de humanismo. Una vez, ‘The New York Times’ preguntó al recién fallecido Randy Pausch si conocía el caso del otro profesor sobre cuya muerte se había escrito un libro. “No sabía que existía una sección en las librerías sobre profesores agonizantes“, respondió Pausch con su habitual sentido del humor.

El discurso de Pausch corrió como la pólvora en youTube y en diversas páginas de internet. El recientemente fallecido profesor fue considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista ‘Time’ y uno de los tres personajes del año 2007 por la cadena de televisión estadounidense ABC. Pero lo más importante es cómo el aplomo y el buen sentido del humor del profesor se expandieron y sirvieron para iluminar el camino de mucha gente que se encontraba en una situación tan dramática como la de Pausch.

Tenía 47 años y era profesor de Ciencias de la Computación de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsuburg. En septiembre del año pasado recibió una noticia que lo sacudió: su cáncer de páncreas le iba a permitir vivir sólo por un puñado de meses más. Tras meditarlo brevemente decidió abandonar su trabajo y dedicarse full time a disfrutar de su esposa y sus tres pequeños hijos de 2, 4 y 6 años, aquellas tres personas a las que pretendía hacer llegar su mensaje.

El mismo día que abandonó su tarea docente, las convencionales, claro, ya que después se convertiría en un maestro para muchos, dio esta conferencia de más de una hora ante sus alumnos que ya visitaron más de diez millones de personas en todo el mundo a través de Internet.

“Sé que esta película está por terminar“, se sinceraba en esa emisión televisiva, pero aclaraba que no había elegido ser “objeto de lástima“. “Esto no me gusta, tengo tres hijos pequeños, que quede claro. Esto apesta, pero no puedo hacer nada sobre el hecho de que voy a morir“, reconocía con una entereza envidiable.

En su mensaje mezcló un breve repaso de sus 47 años con consejos para sus hijos. En una especie de apunte para la vida televisado los llamó a que nunca se olviden de soñar, que luchen por conseguir lo que deseen, que sean agradecidos y sepan perdonar, entre otras tantas cosas. “Me estoy muriendo pronto y he escogido estar alegre hoy, mañana y los días que me queden“, decía. Y así lo hizo.

Ahí van algunas frases de la conferencia del profesor que, según algunos testimonios que se divulgaron en la red, hicieron más llevadera la enfermedad a muchas personas y llegaron a evitar incluso suicidios:

“Los muros de los ladrillos están ahí por algo. Ellos nos permiten comprobar hasta qué punto anhelamos ciertas cosas“.

“Si vuestros hijos quieren colorear sus habitaciones, hacedlo como un favor personal hacia mí, dejad que lo hagan” (es una referencia a cómo su madre nunca le detuvo a la hora de dar rienda suelta a su creatividad cuando era un niño).

“Tened paciencia, y la gente os sorprenderá y os impresionará“.

“Ayudar a los demás a llevar a cabo sus sueños es incluso más divertido que alcanzar los propios“.

“Me estoy divirtiendo. Y voy a seguir divirtiéndome todos los días“.

“Os sorprendería cuántos chicos de 19 años abandonan sus proyectos cuando les cierras ese camino“.

Ingenuidad, creatividad, entrega a la vida, en sí, espiritualidad laica en estado puro.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Comensalidad: rehacer la humanidad, por Leonardo Boff


Comensalidad significa comer y beber juntos alrededor de la misma mesa. Ésta es una de las referencias más ancestrales de la familiaridad humana, pues en ella se hacen y se rehacen continuamente las relaciones que sostienen la familia.

La mesa, antes que a un mueble, remite a una experiencia existencial y a un rito. Es el lugar privilegiado de la familia, de la comunión y de la hermandad. En ella se comparte el alimento y con él se comunica la alegría de encontrarse, el bienestar sin disimulos, la comunión directa que se traduce en los comentarios sin ceremonia de los hechos cotidianos, en las opiniones sin censura de los acontecimientos de la crónica local, nacional e internacional.

Los alimentos son algo más que cosas materiales. Son sacramentos de encuentro y de comunión. El alimento es apreciado y es objeto de comentarios. La mayor alegría de la madre o de quien cocina es notar la satisfacción de los comensales.

Pero debemos reconocer que la mesa es también lugar de tensiones y de conflictos familiares, donde las cosas se discuten abiertamente, se explicitan las diferencias y pueden establecerse acuerdos, donde existen también silencios perturbadores que revelan todo un malestar colectivo. La cultura contemporánea ha modificado de tal forma la lógica del tiempo cotidiano en función del trabajo y de la productividad que ha debilitado la referencia simbólica de la mesa. Ésta ha quedado reservada para los domingos o para los momentos especiales, de fiesta o de aniversario, cuando los familiares y amigos se encuentran. Pero, por regla general, ha dejado de ser el punto de convergencia permanente de la familia. La mesa familiar ha sido sustituida lamentablemente por el fast food, comida rápida que sólo hace posible la nutrición, pero no la comensalidad.

La comensalidad es tan central que está ligada a la propia esencia del ser humano en cuanto humano. Hace siete millones de años habría comenzado la separación lenta y progresiva entre los simios superiores y los humanos, a partir de un ancestro común. La especificidad del ser humano surgió de forma misteriosa y de difícil reconstrucción histórica. Sin embargo, etnobiólogos y arqueólogos llaman nuestra atención sobre un hecho singular: cuando nuestros antepasados antropoides salían a recolectar frutos, semillas, caza y peces no comían individualmente lo que conseguían reunir. Tomaban los alimentos y los llevaban al grupo. Y ahí practicaban la comensalidad: distribuían los alimentos entre ellos y los comían grupal y comunitariamente.

Así, la comensalidad, que supone la solidaridad y la cooperación de unos con otros, permitió el primer salto de la animalidad en dirección a la humanidad. Fue sólo un primerísimo paso, pero decisivo, porque le cupo inaugurar la característica básica de la especie humana, diferente de otras especies complejas (entre los chimpancés y nosotros hay solamente un 1,6% de diferencia genética): la comensalidad, la solidaridad y la cooperación en el acto de comer. Y esa pequeña diferencia marca toda la diferencia.

Esa comensalidad que ayer nos hizo humanos, continúa todavía hoy haciéndonos siempre de nuevo humanos. Por eso, importa reservar tiempos para la mesa en su sentido pleno de la comensalidad y de la conversación libre y desinteresada. Ella es una de las fuentes permanentes de renovación de la humanidad hoy globalmente anémica.

Video: LEONARDO BOFF - [entrevista] - (1/3)

¿El fin del budismo en Japón?


En Japón, el Budismo podría estar muriendo

por Norimitsu Onishi Oga, Japón


Desde hace tiempo, los japoneses han adoptado un enfoque despreocupado hacia la religión. Por ejemplo, celebran el fin de año en templos budistas y dan la bienvenida al año nuevo, varias horas después, en santuarios sintoístas. Las bodas siguen rituales sintoístas o, con la misma facilidad, cristianos.

Cuando se trata de los funerales, sin embargo, los japoneses tradicionalmente han sido inflexiblemente budistas, tanto que el budismo en Japón a menudo es llamado “budismo de funeral”, en referencia al casi monopolio de la religión budista, que ha desarrollado elaboradas y lucrativas ceremonias en torno a la muerte y a los servicios fúnebres.

Pero esa expresión también describe a una religión que por atender más las necesidades de los muertos que las de los vivos está perdiendo su posición en la sociedad japonesa.

“La imagen del budismo está asociada al funeral. Y esto ya no satisface las necesidades espirituales de la gente”, dijo Ryoko Mori, abad del Templo Zuikoji, de 700 años de antigüedad , localizado en el norte de Japón. “En el islam o en el cristianismo dan sermones sobre asuntos espirituales. Pero en el Japón actual, muy pocos sacerdotes budistas lo hacen”.

Mori, de 48 años de edad y el vigésimo primer abad del templo, no está seguro de que en el templo vaya a haber un vigésimo segundo.

“Si el budismo japonés no reacciona pronto, morirá”, dijo. “No podemos darnos el lujo de esperar. Tenemos que hacer algo”.

En todo Japón, el budismo enfrenta una confluencia de problemas, algunos comunes con las otras religiones de las naciones ricas, otros propios del budismo japonés.

La falta de sucesores en el cargo de abad está poniendo en riesgo a los templos familiares de todo el país.

Mientras el interés en el budismo está declinando en áreas urbanas, los bastiones rurales de la religión se están despoblando, con la muerte de los fieles de mayor edad y el persistente bajo nivel de las tasas de natalidad.

Quizá lo más importante es que el budismo está perdiendo su dominio en el negocio de los funerales, ya que cada vez más los japoneses recurren a empresas funerarias o eligien no tener un funeral.

Se espera que durante la próxima generación muchos templos rurales cierren sus puertas, llevándose siglos de historia local con ellos y sumándose a la recomposición demográfica que está en marcha en las zonas rurales de Japón.

En Oga, en una península del mismo nombre frente al Mar de Japón, en la Prefectura de Akita, muchos sacerdotes budistas están analizando las frías cifras de una población y una industria pesquera local en declive.

“No es una exageración decir que la población es de alrededor de la mitad de lo que era en su clímax y que todas las empresas también se han reducido el 50 por ciento”, dijo Giju Sakamoto, de 74 años y el nonagésimo primer abad del templo más antiguo de Akita, el Chorakuji, que fue fundado alrededor del año 860.

“Dada esta realidad, insistir simplemente en el hecho de que somos una religión y tenemos una larga historia —la más larga de Akita, de hecho— suena como un cuento de hadas. Carece de significado”.

“Esa es la razón por la que pienso que este templo ya no tiene futuro", afirma Sakamoto en su templo, que se ubica en un promontorio desde el cual se divisa una aldea costera.

Para sobrevivir, Sakamoto ha invertido sus energías en administrar una casa de reposo y un nuevo templo en un creciente suburbio de la ciudad de Akita. Ese templo, sin embargo, ha atraído sólo a 60 familias como miembros desde que abrió hace un par de años, cifra muy alejada de las 300 que se dice son necesarias para que un templo sea financieramente viable.

Durante siglos, el templo budista promedio, cuya dirección es transmitida por el padre al hijo mayor, atendió a una membresía fija sin necesidad de hacer proselitismo. Con unas 300 familias que atender, el abad del templo y su esposa se mantenían totalmente ocupados.

No sólo el número de templos en Japón ha estado descendiendo —a 85.994 en 2006, respecto de 86.586 en 2000, según la Agencia para Asuntos Culturales de Japón— sino que la membresía en muchos templos ha caído.

“Tenemos que encontrar otros empleos porque el templo por sí solo no es suficiente”, dijo Kyo Kon, de 73 años, la esposa del abad de Kogakuin, un templo con 170 miembros. Ella trabaja en una guardería mientras su esposo está empleado en una oficina local de planificación agraria.

No muy lejos de Doshoji, un templo cuya membresía ha disminuido hasta 85 familias de ancianos, el abad, Jokan Takahashi, de 59 años, se enfrenta a un problema muy común a la mayoría de los pequeños negocios familiares japoneses: encontrar un sucesor.

Su hijo mayor realizó la formación de sacerdote budista, pero Takahashi no sabe si pedirle que se haga cargo del templo.

“Mi hijo creció sin conocer nada más que este mundo del templo, y me ha dicho que no se siente libre”, dijo explicando que su hijo -ahora de 28 años-, esté trabajando en una compañía en una ciudad cercana. “Me pidió que lo dejara en libertad mientras yo pudiera seguir ocupándome del templo y me dijo que regresará y se hará cargo del templo cuando cumpla 35 años".

“Pero pensando en el futuro, presionar a una persona joven para que se haga cargo de un templo como este sería una crueldad”, dijo Takahashi, después de conducir a los visitantes por un recorrido por la sala más importante de su templo, una cámara interior con estanterías de madera donde, dice, se conservan los espíritus de los ancestros de sus miembros.

Hace poco, Mori, el sacerdote del templo de 700 años, empezó el día con una visita a una familia que cultiva arroz para conmemorar el 33 aniversario de la muerte de un abuelo. Haciendo una reverencia ante el altar familiar, Mori rezó y recitó sutras. Posteriormente, repitió el mismo ritual en otro hogar, que estaba conmemorando el séptimo aniversario de la muerte de un abuelo.

Cada vez más, muchos japoneses, especialmente aquellos que viven en áreas urbanas, evitan estas tradiciones. Muchos ya no pertenecen a ningún templo y acuden más bien a las empresas funerarias cuando mueren sus familiares. Las empresas funerarias ofrecen sacerdotes budistas para los funerales.

"Además, un número cada vez mayor de japoneses está optando por incinerar a sus seres queridos sin funeral alguno", dijo Noriyuki Ueda, antropólogo del Instituto de Tecnología de Tokio y experto en budismo.
“Debido a esto, los sacerdotes y los templos budistas cada vez tendrán menos que ver con los funerales”, afirma Ueda.

También afirma que la espiritualidad del budismo japonés se encuentra muy deteriorada, en gran parte por su implicación en la política militarista japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, y por sus estrechos lazos con las fuerzas armadas de Japón. Después de que los sacerdotes budistas hayan glorificado a los soldados caídos y les hayan dado nombres budistas honoríficos a título póstumo especiale, sus prédicas pacifistas suenan huecas.

Mori, el sacerdote, nos dice que después de la guerra la gente deseaba funerales fastuosos y que se dierana nombres budistas honoríficos a sus familiares fallecidos. Estos nombres -que incluyen tratamientos de alto rango otorgados tradicionalmente a los que han llevado vidas honorables- son comprados y vendidos actualmente de forma rutinaria, sin tener en cuenta la conducta en vida que ha tenido lel difunto.

“Los soldados, que dieron sus vidas por el país, recibieron nombres budistas póstumos honoríficos, así que después de eso, todos querían nombres así, y los precios subieron drásticamente”, se lamenta Mori. “Los monjes y los templos se enriquecieron así. Y esto, a la larga, nos ha dado una mala imagen y nos ha perjudicado”. En Akita, el precio a pagar por el nombre más honorífico es de unos 3.000 dólares. Y esto es muy poco comparado con el precio de Tokio.

En realidad, esa mala imagen se ve reforzada por la forma en la que se realiza el negocio de los funerales y los servicios fúnebres. Las tarifas no son declaradas y se dejan a discreción de la familia, y los familiares generalmente sienten una presión no expresada de ser bastante generosos. El dinero es entregado en sobres, y no se dan facturas. Los templos, con su estatus como organizaciones religiosas, no pagan impuestos.

En parte para disipar esta mala imagen, Kazuma Hayashi, de 41 años, un sacerdote budista sin templo propio, fundó una empresa, Obosan.com (obosan significa sacerdote), hace tres años en un suburbio de Tokio. La empresa envía sacerdotes budistas independientes a funerales y otros servicios, eliminando a las empresas funerarias y otros intermediarios.

Las tarifas de los servicios, que son al menos un tercio más bajos que el promedio, se encuentran claramente expuestas en el sitio web de la empresa. Hay un descuento de 10 por ciento disponible para los miembros.

“Incluso damos facturas”, afirma Hayashi.

Hayashi argumentó que en vez de separar más el budismo japonés de sus raíces espirituales, su negocio atrajo a más personas por sus precios más bajos. El nombre póstumo de más alto rango tenía un precio de alrededor de 1.500 dólares, una ganga.

“Sé que, originalmente, el budismo no gira en torno a eso”, dice Hyashi. “Pero es algo que nuestros clientes eligen. Algunos realmente lo quieren, así que significa que existe un deseo muy fuerte, y tenemos que responder al mismo”.

Después de disculparse por apartarse de los ideales del budismo, Hayashi dijo que ofrecía a sus clientes el nombre de más alto rango, aunque con una advertencia: “Esto no es como ir de compras a una tienda y comprar un bolso, ya sabes, un Gucci”.

Difusión del budismo

La teoría Ninja de Leopoldo Abadía


martes, 18 de noviembre de 2008

NUESTROS HIJOS NOS ACUSARÁN...


nos_enfants_nous_accuseront

El derecho a soñar; Eduardo Galeano


Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado, y peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Sin embargo, aunque no podemos adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed.

Deliremos pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies:

En las calles, los automóviles serán pisados por los perros.
El aire estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones.
La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor.
El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas.
La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar.
En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio militar, sino los que quieran hacerlo.
Los economistas no llamarán "nivel de vida" al nivel de consumo, ni llamarán "calidad de vida" a la cantidad de cosas.
Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas.
Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos.
Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas.
El mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás.
Nadie morirá de hambre, porqué nadie morirá de indigestión.
Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porqué no habrá niños de la calle.
Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos.
La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarlo.
La policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla.
La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda.
Una mujer negra será presidenta del Brasil, y otra mujer negra será presidenta de los Estados Unidos de América. Una mujer india gobernará Guatemala, y otra mujer india gobernará Perú.
En Argentina, las "locas" de la Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.
La Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas de las piedras de Moisés. El sexto mandamiento ordenará: "Festejarás el cuerpo". El noveno, que desconfía del sexo, lo declarará sagrado.
La Iglesia también dictará un undécimo mandamiento, que se le había olvidado al Señor: "Amarás a la Naturaleza, de la que formas parte".
Todos los penitentes serán celebrantes y no habrá noche que no sea vivida como si fuera la última, ni día que no sea vivido como si fuera el último.
Eduardo Galeano

domingo, 16 de noviembre de 2008

Peter Joseph, Zeitgeist: Addendum (2008)



Segunda parte del polémico documental de Peter Joseph Zeitgeist. Este Addendum se ocupa principalmente de la crítica al sistema financiero mundial. Independientemente de sus excesos y contradicciones, resulta muy interesante escuchar una voz diferente en estos tiempos de pensamiento único. Tiempos extraños donde la ideología liberal impera de tal modo que la intervención de los Estados para rescatar a la banca privada es aprobada por todos sin el menor asomo de protesta a nivel institucional.

La crítica económica que lleva a cabo Peter Joseph es una simple actualización del pensamiento de Karl Marx. Veamos los puntos fundamentales de su argumentación:

La economía es el fundamento de las demás instituciones sociales ya sean políticas, religiosas o familiares.
Cambiar el mundo exige cambiar antes la economía.
La economía capitalista no está pensada para liberar al individuo y garantizarle sus derechos como ciudadano. Eso es mera ideología.
La economía capitalista no es sino el perfeccionamiento del viejo sistema esclavista. Este se aplica tanto a individuos como a países enteros.
Mediante la deuda externa o la hipoteca privada el sistema se garantiza una capacidad infinita de control.
¿Puede el propio sistema capitalista reformarse a sí mismo? Imposible pues su única directiva es la maximización del beneficio y esto es incompatible con un sistema económico eficiente y sostenible.
La solución que propone Joseph es una economía basada en recursos. Explicado de un modo breve, el desarrollo tecnológico que hemos alcanzado es suficiente para satisfacer todas las necesidades de la humanidad. Las máquinas están capacitadas para producir una sobreabundacia de bienes tal que convertiría en inútiles al dinero, el trabajo asalariado, las hipotecas, los bancos, la publicidad… Esta utopía marxista tiene su propio espacio web: thevenusproject.com

VIDAS CRUZADAS: CUENTO DE HADAS; De la basura a la pasarela



Una mujer pasaba la noche al raso con su familia y pensó: "ojalá alguno de nosotros salga de esto". sus deseos cobraron vida en su nieta, daniela cott. ha pasado de recoger cartones en buenos aires a cotizada modelo.


Primero bajaron los colchones y eso -los colchones- era casi todo lo que tenían. El camión que los mudaba desde un suburbio de la ciudad de Buenos Aires llamado Villa Albertina hasta otro suburbio llamado Villa Caraza no pudo cruzar el puente (el puente: siete maderas rotas), de modo que la mujer, el marido y cinco hijos tuvieron que cargar colchones y caminar hasta el sitio donde iban a empezar la vida nueva: un lomo de tierra seca en medio de aguas famélicas, pero un lomo de tierra que, al fin, podrían llamar suyo. El hijo mayor preguntó: "¿Mamá, acá vamos a vivir?". Y la mujer dijo: "Sí, mi amor, acá". Y porque no había otra cosa -ni un techo, ni un tinglado- dispuso los colchones bajo las estrellas. Cuando todos se durmieron miró a su manada sobre la tierra yerma y vio lo que tenían por delante: más de lo mismo. El barro, la pobreza, los trabajos duros. Y pensó: "Ojalá uno de nosotros salga de todo esto".

Era el verano de 1984. La mujer se llamaba -se llama- Juana. Ocho años después nacería la respuesta a sus ruegos atendidos: una niña -su nieta- que llevaría un nombre común. Se llamaría Daniela.

-Daniela, tranquila, por favor.

Es 2008, Buenos Aires.

Salvador Jaef -un hombre prolijo que tiene oficinas prolijas en un edificio prolijo del centro de la ciudad: dos o tres pisos discretos, señoriales, revestidos de boisserie- es médico y líder del Grupo Jaef de Estética y Salud e Implantes Dentales, una serie de clínicas abocadas a la estética pura y dura, y ahora mira con recelo a una chica joven que despliega fotos de ella misma en la pantalla de su computadora.

-Daniela, tranquila, por favor. La computadora es una cosa privada.

Salvador Jaef es, además de médico y líder, representante desde 2007 en Argentina de Elite Model Management, una de las agencias de modelos más importantes del mundo. Es por eso que está aquí, en su despacho -escritorio de vidrio cubierto por un gran paño de cuero, libros, globos terráqueos-, mirando con recelo a Daniela, de 16 años, ojos verdes, gesto torvo, que toquetea el ratón con la misma desaprensión con la que hace tiempo grabó con lápiz, y sobre el gran paño de cuero que reviste el escritorio de Jaef, dos nombres: el suyo y el de Matías.

-Matías. El novio. Cuando hizo eso la quería matar. Pero ahora está más tranquila. ¿No, Dani?

Y Dani no dice nada.

En otros mundos los llaman, amablemente, recicladores, y lo que hacen, por tanto, es reciclar. En Buenos Aires, Argentina, al arte de revolver basuras y separar botellas, cartón y papeles para después venderlos, se le llama cartonear. Daniela -Dani: Daniela Cott- fue, hasta hace dos años, cartonera, alguien que vive de recoger lo que los demás desprecian. Pero desde el 12 de noviembre de 2007 es, además, la ganadora del Elite Model Look Argentina 2007, un concurso que Elite organiza en varios países con el fin de encontrar nuevos talentos para la pasarela y de donde surgieron carnes como las de Esther Cañadas, Gisele Bündchen y Cindy Crawford. Salvador Jaef, el hombre de Elite en Argentina, es, por tanto y obligadamente, el representante de Daniela Cott. Y gracias a eso, a ese destino cruzado, tiene sobre su escritorio, grabado sobre cuero fino, el nombre de dos seres a los que conoce apenas. Daniela. Matías.

-No es fácil.

Ojos azules, manos en el bolsillo, Salvador Jaef suspira como suspiran los hombres resignados.

Daniela Daiana Cott es nieta de Juana de Orellana, hija de Olga Cristina Orellana y de Hernán Rodolfo Cott, y hermana de ocho hermanos que tienen entre veinticinco y un año y medio. Sus padres ya no están juntos, pero lo estuvieron mucho. Se conocieron cuando Olga tenía 19 y Hernán 14. La pasión fue irrefrenable, la vida fue difícil. Olga trabajó limpiando casas, Hernán, como albañil, y el 28 de abril de 1992 les nació una nena a la que llamaron Daniela Daiana que se reveló arisca desde el principio: mordía a sus maestras del jardín de infancia, despreciaba las muñecas para abrazar el fútbol. Creció con una sola amiga con la que se ensañaba en peleas de macho y jugaba a romper los autos a pedradas. Odiaba las faldas y las cintas en el pelo. Odiaba -odia- dormir sola. Le gustaba -le gusta- jugar con barro. Creció dura, feroz, pendenciera, peleándose en la calle a puño limpio. Nadie esperaba de esa muñeca difícil otra cosa que no fueran problemas.

A las oficinas de Salvador Jaef hace rato que no entra el sol. Es de noche y Daniela Cott está cansada. Usa jeans, botas cortas de cuero, camiseta lila. Compra su ropa en los mejores negocios de Constitución, un barrio de clase baja donde todo se consigue -y ese todo es amplio: incluye gente- por un puñado de pesos.

-No me gustan los shoppings. Para qué, si en Constitución lo pago más barato.

Tiene el pelo largo, las piernas ídem, la mirada de reojo, el discurso adiestrado.

-Mido 1,77, peso 51 kilos. Calzo un 40. Mi mamá es ama de casa. Mi papá trabaja de albañil. Y yo, modelo. Agradezco que me haya tocado ser modelo. Porque me encanta sacarme fotos, que me maquillen, que me peinen. Acá, en la clínica de mi jefe, me mantienen la piel, me depilan, me mandan a hacer el cutis de los pies.

Cuando Daniela Cott llegó a sus primeras pasarelas tenía las manos roídas por las latas con las que se había cortado revolviendo la basura; las rodillas, desvencijadas por arrodillarse en las tierras duras para jugar al fútbol. Era una chica torva viviendo en casa de varones. Diciendo, cuando le preguntaban, que quería ser abogada. Por decir algo. Por decir alguna cosa.

-Nunca fue una nena. Siempre andaba a golpes con los hermanos. Las maestras me llamaban y me decían: "Daniela se pelea con los chicos y con las chicas, los tira al suelo, los agarra a piñas, y si les puede pegar patadas, les pega patadas".

Olga, la madre de Daniela, fuma en el extremo de una mesa, en el primer piso del edificio de Salvador Jaef. Juana, la madre de Olga, la abuela de Daniela, la mujer que aquella noche de 1984 miraba dormir a su manada, también fuma. Lleva tacones de 15 centímetros, medias doradas. Tiene 60 años, va de rubio, de carterita pequeña plateada. Juana fue la primera de todos: la que tuvo la idea de salir a cartonear.

-Era el año 2000. Yo limpiaba casas por horas y mi marido era albañil. Primero me quedé sin trabajo yo, y después, él. Y no había ni para comer. Pensé: "Algo hay que hacer, yo me voy a poner a cartonear". Y le dije a Patricia, mi nieta mayor: "¿Vamos?". Y ella me dijo que sí.

Alguien les prestó un carro y así llegaron, abuela y nieta, a Buenos Aires: por hambre, a buscar lo que despreciaba el hambre de los otros.

-Yo lloraba por ver hasta dónde habíamos caído, dónde habíamos llegado. Pero mi nieta me decía: "Usted no llore, abuela, vamos a juntar".

Con el tiempo, Juana dejó de llorar, armó un recorrido por Barrio Norte, uno de los rincones elegantes de Buenos Aires, y desde entonces nunca le faltó nada. Ni ropa, ni comida. Pero en el año 2005 Olga y Hernán, los padres de Daniela, se separaron y se quedaron, además, sin trabajo.

-No teníamos un peso -dice Olga-. A veces había solamente para darles de comer a los chicos por la noche. Es duro que tus hijos te digan si hay pan, y vos tener que decirles que no.

Así, sola, desocupada, con ocho hijos, Olga miró a su alrededor y lo que vio fue ese oficio que su madre ya tenía: tirar de un carro repleto de papeles. Y fue natural que empezara a salir con ella. Y fue natural, después, que Daniela empezara a salir también.

-Yo tenía 13 años. No sabía qué era cartonear. Pero no me dio vergüenza. Lo hacíamos porque necesitábamos. Por eso, cuando dicen la modelo cartonera yo me sonrío. Está bien, es verdad.

En el sofá de cuatro cuerpos del despacho de Jaef, Daniela se acaricia el pelo. Dice que cartonear no es ciencia difícil: que hay que abrir las bolsas, meter la mano con cuidado, separar botellas, papeles y cartones, volver a cerrar, dejarlo todo limpio.

-Lo hice durante un año y medio, todos los días. De siete de la tarde a nueve y media de la noche. Después llegaba, me bañaba, comía, y al otro día iba al colegio.

La vida hubiera seguido así por mucho tiempo -la vida podría haber sido así, incluso hoy- si no se hubiera cruzado en su camino Marina González Wrinkle.

Marina González Wrinkle es argentina, diseñadora de bisutería, y una tarde del año 2006 regresaba a su casa cuando vio a una altísima, a una delgada, a una ojizarca revolviendo en la basura de su edificio. Y se acercó.

-Me preguntó por qué hacía eso, me dijo: "Qué pena, sos tan linda". La empecé a cruzar seguido. Y un día me preguntó si yo no había pensado en ser modelo, si no quería sacarme unas fotos en la terraza del edificio. Le dije a mi mamá si le parecía bien, me dijo que sí, y fuimos.

Marina González Wrinkle tomó las fotos y las llevó a la agencia de modelos de Ricardo Piñeyro, una de las más importantes de Argentina, donde se interesaron por Daniela, donde pidieron conocerla y donde, después, decidieron becarla con un curso para enseñarle a moverse, a caminar, a alzar ese porte de garza. Daniela aceptó eso -ese curso- como aceptaría, después, otras cosas: con naturalidad adolescente, con indiferencia. A fines de ese año se anunciaron las inscripciones para el concurso Elite Model Look 2007 y un fotógrafo de la agencia la inscribió. Daniela, por entonces, ya no cartoneaba: los viajes entre Villa Caraza y la ciudad para asistir al curso de la agencia y a los primeros castings, donde la rechazaban siempre por muy niña -tenía 14 años-, se llevaban todo su tiempo, y eso incluía el tiempo del colegio, donde empezó a atrasarse inevitablemente hasta acumular, hoy, un atraso de tres años.

-Cuando me dijeron que me habían anotado en el concurso yo dije: "Ni loca lo gano". Había unas chicas hermosas. Pensé que no las podía superar.



La final fue el 12 de noviembre de 2007 en el hotel Sheraton. Allí Daniela desfiló, como todas desfilaron, ante el jurado formado por Roberto Viejo, de Elite Chile; Salvador Jaef, de Elite Argentina, y Jean Pierre Begón y John Bilboa, de Elite Internacional. Sentada entre el público, Olga, su madre, miraba tensa. Jean Pierre Begón desgranó algunas palabras sobre Elite y sobre lo importante que todo eso era para todos ellos y para todas ellas, y anunció el nombre de la primera finalista -Luz Carolina Blasón-, y Daniela pensó, bueno, listo, no gané. De modo que cuando el hombre dijo la frase que empezaría a torcer su destino, ella no estaba escuchando, sino que estaba preocupada por mirar al frente, por mantener la espalda erguida, por perder con dignidad. Y fue entonces cuando vio, entre el público, los gestos de su madre (el júbilo, las lágrimas), y la frase se abrió paso hasta ella como un golpe: "Daniela Cott, ganadora del Elite Model Look Argentina".

-Se me saltaron las lágrimas. No lo podía creer.

Recibió flores, abrazos. Pasó una hora, pasaron dos, hubo fotos. Y después, dice, todo fue igual: se quitó el vestido, las sandalias, se calzó sus jeans, su camiseta, tomó el autobús y emprendió el viaje de una hora y media hasta Villa Caraza.

-Cené y me fui a dormir.

Días más tarde llevó a su familia a El Tío Chef, un restaurante con servicio de tenedor libre a pocas cuadras de su casa. Ésa, dice, fue su celebración. Ésa fue toda su celebración.

-Después del concurso fuimos a Madrid invitados por Antena 3.

Jaef, en su sillón reclinable, suspira.

-Y fue tremendo. La productora nos llevó a comer a un lugar de paellas. Daniela empezó: "Ah, qué olor asqueroso, yo no entro". Y yo desesperado: "Pero, Daniela, cómo olor asqueroso. Es exquisito". "Ah, no, qué asco, hay olor a podrido". Entonces, la agarré y le dije: "Daniela, te callás la boca porque te mato si me hacés quedar mal. Asco no, al contrario, a la gente le pueden dar asco cosas tuyas. Así que vas a entrar y vas a comer lo que haya". Entró, miró la carta, empezó a decir: "Yo lo único que como son milanesas con papas fritas". Y la productora decía: "No hay problema, hablamos con el chef". Y yo: "No, ella va a comer lo que haya". Una chica que estuvo en la calle, que se aguantó el frío, la lluvia, uno piensa que está preparada para cualquier cosa, para resistir las incomodidades de la vida. Y sin embargo es la que más se queja. Un día exploté, le dije: "¡Pero vos quién sos, la modelo cartonera o quién, vos tenés que aguantarte diez veces más que otras!". Te saca de quicio.

Además de ganar el concurso, y de ese viaje a Madrid, Daniela hizo algunos desfiles para diseñadores argentinos de alta costura, alguna campaña publicitaria, algunas notas para revistas locales y europeas y, a principios de 2008, viajó a Praga para participar de la final de Elite Model Look Internacional junto a las finalistas de otros países. No ganó, pero este mes viajará a Francia, donde acordó un contrato con Elite París para trabajar allí una temporada. Y en España, asegura Jaef, las conversaciones para hacer una película sobre su vida están avanzadas.

-Mi vida no cambió, aunque me tengo que cuidar más. De no golpearme, esas cosas. Ya no me puedo agarrar a trompadas. A pegar me enseñaron mis hermanos. Ellos pegan con la falange, pero yo pego con los nudillos. Duele más. Y corta. En el colegio tenía la pelea prohibida. Si me peleaba una vez más, me echaban. Y una vez, a una compañera que me molestaba le dije: "Te voy a pegar, así que vamos a salir fuera". Y la esperé y le hinché los dos ojos y le rompí la nariz. Pero ahora me tengo que cuidar. Sé que esto no va a durar toda la vida.

Con esto, que no va a durar toda la vida, se compra ropa, golosinas, y ayudó a pintar la casa: de amarillo el frente, su habitación rosa, verde la de sus hermanos.

Llueve y es temprano. Las oficinas están en silencio. Daniela derrama el cuerpo sobre una silla, sobre la mesa. Cierra los ojos, apoya la cabeza entre los brazos, bosteza. Olga la mira con sigilo.

-Ponete derecha, Daniela.

Daniela se pone de pie, camina, no sabe adónde ir, vuelve a su silla. Roe, sin entusiasmo, un bollo cubierto de azúcar mientras se balancea -atrás, adelante, atrás, adelante- en su silla.

-A mí me preocupa que a veces es muy agresiva con la gente -dice Olga-. Le digo que si desaprovecha esto, va a perder el trabajo y va a terminar siendo una triste ama de casa. Ella tiene un futuro, no como nosotros. Nadie quiere que ella pase por lo que nosotros pasamos.

Daniela mira sin escuchar, se balancea -atrás, adelante, atrás, adelante- hasta que la silla cae, y ella cae con la silla como caen los niños habituados a caer: sin un gesto. Olga mueve la cabeza, como quien suspira.

-Antes me daba bronca, pero ahora ya no. Es continuo, es de todos los días. Yo le digo que es un engendro mutante.

Juana, su abuela, le ordena que se siente bien, que se enderece.

-Enderézate. La elegancia está cuando vas erguida, Daniela.

Después recuerda aquella noche cuando llegaron a Villa Caraza, que no era el paraíso.

-El camión de la mudanza no pudo cruzar el puente, así que tuvimos que bajar los colchones y caminar hasta un lomito de tierra seca que había, todo rodeado de agua. Mi hijo me dijo: "¿Mamá, acá vamos a vivir?". Y yo le dije: "Sí, mi amor, acá". Tardamos siete años en hacernos una casita de ladrillos. Lo pasamos muy mal. Por eso me da alegría saber que a ella, a pesar de que anduvo revolviendo basura, le cayó la varita mágica. Que a uno de nosotros le cayó la varita mágica. Yo luché para salir, para sacar a mis hijos, pero no pude, no pude.

Y, mientras su abuela se espuma los ojos, Daniela muerde un turrón y dice que hace poco fue a la playa.

-Una revista me llevó para hacer una producción de fotos. Pleno invierno. Y la productora me hizo meter en el agua. Yo no quería, tenía frío. Me tuve que meter igual y me enfermé. Pero bueno, por lo menos conocí el mar.

-¿Y cómo era el mar?

Se encoge de hombros cuando dice:

-¿El mar? Es como el río.